Las malas lenguas dicen que hubo dos Richard Strauss: el joven revolucionario que sacudió la escena concertística –y operística– con la música más atrevida e innovadora de su tiempo, y el adocenado burgués que no supo adaptarse a los cambios acaecidos tras la I Guerra Mundial y custodió hasta su muerte los últimos rescoldos del Romanticismo. Este estimulante programa monográfico, que abarca la friolera de casi seis décadas de ininterrumpida actividad creativa, incluye uno de sus primeros grandes éxitos –Muerte y transfiguración (1889)–, la obra definitiva y más rompedora del primer Strauss –Elektra (1909)– y su postrer y atemporal canto del cisne: las Cuatro últimas canciones (1948). Autor él mismo de diversas selecciones para las salas de concierto de sus óperas –entre las más interpretadas, las tandas de valses de El caballero de la rosa o la Fantasía sinfónica sobre La mujer sin sombra– Strauss nos dejó huérfanos con respecto a su partitura más incendiaria. Siguiendo esta noble tradición, la suite sinfónica de Elektra recientemente confeccionada por el director de orquesta Manfred Honeck nos permitirá disfrutar desde la seguridad de nuestras butacas las sanguinarias gestas de los descendientes de Atreo.