La “gran forma” de la música de cámara, ya enunciada por Haydn y Mozart en el siglo XVIII y elevada a lo sublime por Beethoven entrado el XIX, fue uno de los paradigmas que impulsó la emoción y el apasionamiento del romanticismo del siglo XIX. Cuando este llega a su fin, César Franck compuso su Sonata en la mayor para violín y piano (1886), una de las obras más monumentales que se hayan escrito. Pero la creación musical no termina y va surgiendo el siglo XX, caracterizado por la combinación de nacionalismos y vanguardias, con los que Zoltan Kodály escribe en su maravillosa Sonata para cello y piano (1910), en la que refleja los populares giros melódicos, rítmicos y armónicos de la música húngara llena de mágico exotismo. Poco después, Dimitri Shostakovich compone su segundo Trío en mi menor (1944), obra sobrecogedora escrita en plena segunda guerra mundial en memoria de su amigo, el también compositor Ivan Sollertinski.