Crueldad es un recorrido por una cuidadosa selección de 73 fotografías que permite observar bajo una luz diferente las creaciones de Chema Madoz, una obra fotográfica que tolera, o incluso exige, una multiplicidad de registros de recepción. El que aquí se muestra es uno de ellos, tan sutil como inquietante. Más allá del juego –siempre sutil, a veces temerario– que sin duda se da con sus objetos; más allá de la fuerza arrebatadora de su ingenio; más allá también de la absoluta perfección formal de su trabajo, en la exposición se nos propone indagar y ahondar en un concepto bien presente, aunque insólito, en su obra: lo inquietante y lo inhóspito en aquello que debería ser más cotidiano y más inofensivo, en todo aquello que se presenta como familiar. Crueldad: una sola palabra evoca una infinidad de imágenes posibles; muchas se quieren lejanas, en el espacio o en el tiempo: guerras remotas, torrentes de sangre. Otras reclaman el dudoso privilegio de la proximidad: agresiones, violaciones, matanzas. Pero quizá todas, las presuntamente lejanas y las obscenamente próximas, se hallen contenidas o concentradas en estas que son, ciertamente, familiares: una escalera, un llavero, un desagüe, un naipe, una flor. ¿Puede recalar lo inhóspito entre imágenes y objetos tan cercanos y hospitalarios, algunos entrañables? Sí, puede. Las imágenes, los objetos, se prestan aquí a un juego, acaso perverso, de miradas cómplices. En primer lugar, sin duda, la mirada compleja del artista que ha aproximado una mariposa y un dardo, que ha fundido una hoja de afeitar y una carta de la baraja. En segundo lugar, pero no menos importante, la mirada de quien mira y se concentra ahora en este muro y para quien ya nunca será igual la visión de una escalera.